Conozca los hechos del caracazo por chavez

CONOZCA LOS HECHOS DEL CARACAZO EN DETALLE
CONTADOS POR EL COMANDANTE CHÁVEZ
La Revolución que se inició con la rebelión popular del 27 de febrero de 1989, y prosiguió con las rebeliones militares del 4F y 27 de noviembre de 1992, hicieron posible el 6 de diciembre de 1998”.

En una de sus alocuciones el Comandante Chávez explicó que: “La revolución que se inició con la rebelión popular del 27 de febrero de 1989, y prosiguió con las rebeliones militares del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992, desencadenó un largo y complejo proceso de organización y acumulación de fuerzas que hizo posible la espléndida y hermosa síntesis del 6 de diciembre de 1998”.

Así contó Chávez el Caracazo en los Cuentos del arañero:

El caracazo

¿Saben a qué vine yo aquí por primera vez, a este Palacio? Yo vine aquí por primera vez a buscar una caja de whisky. ¡Fíjate para lo que era este Palacio! Al teniente Chávez lo mandaron a hablar con el jefe de la Casa Militar en esta misma oficina. Era un general, y otro oficial, había una fiesta y faltaba whisky, porque había que tomar whisky. Me mandaron con una hojita a presentarme aquí y yo salí por allí con una caja de whisky. ¡Me da pena! Pero no me da pena, porque eso refleja en mucho lo que era este palacio, la loquera que era. Años después, un poco más maduro, llegué ya mayor al Palacio Blanco, como ayudante de un general, de un buen jefe que tuve. Así que un día amanecí del Cajón de Arauca al Cajón del Guaire, y a los pocos días vinimos a la juramentación en este salón. Luego, con cierta habilidad que me dio la sabana y la vida, fui haciendo amigos por aquí: los oficiales que trabajaban, las secretarias, un viceministro. Así que yo caminaba por aquí, pasaba por el túnel. Vine a varias fiestas en este patio, champaña de la buena, de la más costosa, whisky, música.

En esos años vi con estos ojos a la mismísima Blanca Ibáñez, por esos pasillos, en el Salón de los Espejos, en varios eventos. Yo siempre la miraba y veía en su rostro la expresión del poder. El presidente Jaime Lusinchi era un hombre que no mandaba. El poder personal, digámoslo así, lo tenía Blanca Ibáñez. A tal nivel de degeneración habíamos llegado que todo el mundo sabía que ella era la amante del Presidente, y la esposa estaba allá en La Casona. Y aquí venía toda la alta sociedad, la burguesía, muchos altos dignatarios de la Iglesia, Fedecámaras, a brindar. Varias veces brindé en ese patio del Pez que Escupe el Agua, había muchas fiestas entonces aquí. Casi todos los viernes, era como dicen en las calles “palo y palo, compadre” y no era Magallanes precisamente. Una noche vi cómo se llevaron al Presidente, así como en las comiquitas, que sacan al borrachito dando pataditas en el aire, que no se quiere ir, así se lo llevaron. Estaba muy borracho, en verdad. Y tenía aquella fama que le hicieron los que dirigieron la estrategia comunicacional. Había un análisis de la sonrisa de Lusinchi y lo comparaban con la Mona Lisa, una sonrisa misteriosa: “el Presidente más bueno y más querido”.

Estaban entregados a la élite económica. Hacían muchos negocios y fue aquellos años donde la deuda del sector privado, por un acuerdo que se hizo entre el Gobierno de Lusinchi y el sector privado, se la echaron encima a la República. Así fue como, de un año para otro, Venezuela duplicó la deuda externa pública.

¿De dónde surgió? No fue que le prestaron dinero a Venezuela. La deuda que tenían los privados la asumió el Gobierno de Lusinchi y la seguimos pagando hoy. Les digo más, los papeles desaparecieron. La República pagaba la deuda de los ricos con dólares de las reservas internacionales, del dinero del pueblo. No la deuda de los pobres, sino de grandes empresarios, la elite, la burguesía. Ese acuerdo fue el que dio lugar a que Lusinchi dijera después: “La banca me engañó”. Pero se fue tranquilo y aquí nos quedamos nosotros. Todo eso son causas de “El Caracazo”.

Viví aquí el día que ganó Carlos Andrés Pérez. En la noche vi desde mi ventana llegar a Fidel Castro. Allá va Fidel, esperanza de estos pueblos —dije yo—, pero cómo acercármele. Recuerdo que el maestro John Sifontes era sargento, un afrovenezolano revolucionario. Estaba en el movimiento porque habíamos estado juntos en Elorza. Llegó un día muy contento a mi despachito en el Palacio Blanco y me dijo: “Mi mayor, me nombraron jefe de seguridad de Fidel, de la caravana”. “¿Qué le digo a Fidel?”. “¿Le hablo del movimiento?, porque yo hablo con él”. “No le puedes decir nada. Páratele firme, le das un saludo, el más enérgico que en tu vida hayas dado y con eso le dices todo. Le dices que el Ejército Bolivariano lo saluda”. Él cumplió, porque a los dos días me llegó. “¿Qué te respondió?”. “Me dio un abrazo”. El ejército bolivariano, pues. Venía calentándose una situación, histórica, de caos moral, político, estructuras sociales totalmente desgastadas. Un pueblo sin rumbo, sin gobierno, sin representantes.

¿Recuerdan ustedes los nombres de aquellos carcamales del Congreso? La mayoría eran negociantes. En el Congreso los diputados eran puestos por los grandes medios de comunicación, tenían su cuota allí. Fedecámaras y los grandes sectores privados metían diputados y senadores. Era el reparto del poder, el Pacto de Punto Fijo. La embajada norteamericana, por supuesto, tenía entrada libre, me consta. Llegué a volar en el avión de la embajada de los Estados Unidos, porque yo era audaz, andaba jugando duro dentro del Ejército. Me hice amigo de los militares estadounidenses, de la embajada. Me acuerdo de Hugo Posei, a su casa iba, en Prados del Este. A mi ascenso a teniente coronel, un año después, fueron el coronel y los agregados militares de los Estados Unidos en el avión de la Embajada. Se llevaron un poco de gente de Caracas, fueron a Barinas a la celebración del ascenso.

Y llegó el lunes 27 de febrero. Llegué muy temprano aquí a Palacio. Me sentía mal de salud, tenía un malestar, venía de San Joaquín. Ahí vivíamos con mi esposa entonces, Nancy, y mis tres niños mayores. Me vine muy temprano para evitar la cola de aquí de los Ocumitos y la cola de Coche, para no llegar tarde al trabajo. Había que estar aquí a las siete, así que yo salía a las cinco de la mañana en mi carromato, “El Vaporón”. Trabajamos ese día, ya había algún movimiento. En la tarde me fui a la Universidad Simón Bolívar, estábamos haciendo el postgrado. Recuerdo con mucho cariño mis profesores de postgrado, algunos me critican hoy, pero no importa, recuerdo aquellos debates. Profesores algunos de izquierda, pero la mayoría de derecha. Esa noche no hubo clase en la universidad debido a los disturbios. Había un grupo de compañeros ahí a la entrada de la universidad que no tenían carro y yo les di la cola. Fui por allá, por La Trinidad, y me tocó ver, después que dejé a mis amigos cerca de sus casas, como saqueaban, policías, disparos. Me vine a Palacio esa noche, llame a mi general y le dije: “Mire, yo acabo de ver esto, esto y esto, y aquí en el centro de Caracas hay humo”. Me dijo: “Quédate ahí, me avisas cualquier cosa”. Al siguiente día amanecí con fiebre, tenía lechina, estaba brotando. Me fui a la enfermería de Palacio y me mandaron reposo. Me le presento al general y me dice: “No te me acerques, que a mí no me ha dado eso, y es contagioso”. No conseguía gasolina para regresar a casa, estaban todas las estaciones cerradas. Era ya el 28, el martes en la mañana. Entré a Fuerte Tiuna y me tocó verlo en guerra. Fui a buscar gasolina con un compadre que era coronel. Me senté en su oficina y veo en el televisor aquel desastre. Salgo al patio, los soldados corriendo y unos oficiales mandando formación y a buscar los fusiles. Y le digo: “Mi coronel, ¿qué van a hacer ustedes?”. “¡Ay, Chávez!, yo no sé qué va a pasar aquí. Pero la orden que llegó es que todas las tropas salgan a la calle a parar al pueblo”. “¿Pero cómo lo van a parar?”. “Con fusiles, con balas”, incluso dijo: “Que Dios nos acompañe, pero es la orden”. Vi los soldados salir, los soldados logísticos que no son soldados entrenados. Esos son los que hacen la comida, los que atienden los vehículos. Hasta a los mecánicos los sacaron y les dieron un fusil, un casco y bastante munición. Lo que venía era un desastre, como así fue.

El primero de marzo matan a Luis Felipe Acosta Carlez, uno de los jefes del movimiento en Caracas. El 27 de febrero, sonaron las dianas del 4 de febrero. Como soldados nos sentíamos tan avergonzados, tan adoloridos después de aquella tragedia y recordábamos siempre entonces aquella centella que fue Bolívar cuando dijo: “Maldito el soldado que vuelva las armas contra su pueblo”. El 27 de febrero nos hizo llorar, nos hizo sangrar, pero recuerdo que yo no pude ni siquiera venir a nada, yo estaba que no podía ni hablar casi, una semana de reposo. Cuando regreso a Caracas me fui a la tumba de Felipe, fue lo primero que hice. Otra noche iba subiendo las escalinatas del Palacio Blanco, regresando de la universidad como a las diez, once de la noche, y un teniente se me acerca, me dice que quiere hablar conmigo. El Ejército estaba encendido de un debate interno, sobre todo nosotros los humanistas, nosotros los más jóvenes. Había otros que no querían debatir, había otros que decían: “Para eso somos nosotros”. No, para eso no puede ser un Ejército, para masacrar niños, hombres, mujeres, desarmados. Todavía que fuera una guerrilla, una cosa armada, pero gente desarmada, inocente.

Recuerdo la foto de un niño bocabajo tendido, tendría seis años; la recuerdo a color, la sacó algún periódico, uno de los tantos niños que murieron. Entonces el teniente me dice en la escalinata: “Mi mayor, yo quiero hablar con usted”. “Bueno, vamos a tomarnos un café ahí en la oficinita mía. “Mi mayor, aquí no, hay grabadoras”. Le dije: No, creo que no, pero vamos a hablar en el pasillo, a ver qué es lo que tú me quieres decir”. Él me dijo: “Mire, mi mayor, por ahí se dice que usted anda en un movimiento revolucionario”. Esos eran los comentarios desde 1986. Dos años atrás ya había empezado el rumor de que había un Movimiento Revolucionario y que yo era uno de los jefes. Nosotros teníamos mucho cuidado para la captación de gente, no podíamos equivocarnos, por uno que nos equivocábamos caía un grupo o a lo mejor todo el movimiento. Así que teníamos un proceso muy estricto de estudio de la personalidad, hombre a hombre, mujer a mujer, para la incorporación. Así que yo al teniente le dije: “No, usted está equivocado, son rumores, usted sabe, yo lo que hago es que estudio, hablo de Bolívar”. Y por ahí me le fui para no decirle absolutamente, sino dejarle abierta una puerta y luego estudiar al muchacho. Él ha estado aquí en la Casa Militar. Al final me dice: “Bueno, mi mayor, yo entiendo que usted no puede decirme nada, pero le voy a decir algo, si ese movimiento existe, por favor métanme, porque yo lo que viví y lo que vi, sería lo único que justificaría mi presencia en el Ejército, porque yo en un Ejército como este, no quiero ser soldado”. Ese muchacho después se fue de baja, yo le perdí la pista.

Ese fue “El Caracazo”, con los mártires del pueblo, ese estallido venía fermentándose desde décadas atrás. Hay que recordar lo que fue el 23 de enero y la traición al espíritu del 23 de enero. La entrega de Rómulo Betancourt, que se arrodilló ante el poder imperial de los Estados Unidos. Desde el suspiro de Santa Marta este pueblo fue traicionado una y cien veces por Páez, Guzmán Blanco y cuántos otros, doscientos años de traición, compañeros, compañeras, ya bastaba. Así que tenía que ocurrir y ocurrió “El Caracazo”.

Fuente: LaIguana.TV http://laiguana.tv/